miércoles, 17 de febrero de 2016

Actividad física en niños


Desde tiempos primitivos el movimiento está ligado a la especie humana como parte de su evolución y supervivencia. De hecho, en la naturaleza, la vida es movimiento.

Todo aquello que detiene su curso, se estanca, pudre y muere, como el agua. Y la vitalidad que observamos en los niños es fruto de su continuo movimiento.

El niño vive en sintonía con su cuerpo. Su naturaleza interna se comunica con la naturaleza externa, mediante un dialogo de frecuencias análogas. Un niño crece gateando, caminando, corriendo, jugando, probando, tocando, lanzando, tirando, empujando… La actividad física en los niños no sólo es natural, sino necesaria para su correcto desarrollo físico, emocional y psicológico.

Cada niño, como ser individual y perfecto, demandará una actividad física distinta, en función de su disposición biológica y ambiental. En mi opinión es una idea equivocada incluir en su agenda semanal un tipo de actividad física obligatoria. Ésta sólo debería ser contemplada si el niño así lo demanda. Si bien en las grandes ciudades el niño ve limitada o reducida drásticamente su actividad a la clase de educación física del colegio o una excursión esporádica de fin de semana. En esos casos sí se hace necesaria la práctica de una actividad física complementaria con el fin de evitar enfermedades y trastornos asociados al sedentarismo. Un ejemplo son los casos de diabetes tipo II y la obesidad infantil que en las últimas décadas han aumentado de forma alarmante.

El TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), es un trastorno abordado desde la medicina y la psicología con tratamientos farmacológicos y terapias conductuales. Mas sólo un porcentaje mínimo de casos se revelan con un origen biológico. Los padres, profesionales y público en general deberían saber que en el año 2000, un artículo publicado por Journal of the American Medical Association (Revista de la Asociación Médica Norteamericana) reconocía como tercera causa de muerte en Estados Unidos a las enfermedades iatrogénicas, es decir, enfermedades derivadas de tratamientos médicos. Otras investigaciones, sin embargo, sitúan a este tipo de enfermedades en el segundo lugar.

Resulta necesaria la siguiente reflexión: ¿No será que los niños necesitan más libertad de movimiento y expresión corporal en un mundo que les limita y aísla cada vez más?

Visualízate como niño por un momento. Te encuentras en un entorno natural, rodeado de árboles, extensas praderas y un arroyo de agua cristalina. Corres, saltas, lanzas piedras al arroyo, chapoteas en él, escalas rocas y árboles, hueles, sientes la hierba bajo tus pies descalzos… Y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos te encuentras en una habitación cerrada, iluminada con la luz artificial de una lámpara y frente a una pantalla de televisión que te muestra el paisaje que experimentabas momentos antes, y es la imagen de otro niño quien disfruta ahora de ese paraje idílico. Es muy probable que tus emociones se manifiesten en forma de frustración, nerviosismo, ansiedad. Te gustaría ser el niño feliz de la pantalla y disfrutar como él, pero debes resignarte y adaptarte a este nuevo contexto…

Un ejemplo más sencillo sería pedirte que imagines que alguien te ata de pies y manos y te deja sentado en una silla por un tiempo. Cierra los ojos… ¿notas esa sensación? ¿Qué tal un ascensor (un metro cuadrado) que de repente se para entre la novena y décima planta contigo en su interior?…

Mi intención es que empatices con el alma de un niño cuando se siente limitado. Un niño es libre, pura energía y vitalidad. Necesita sentir la sensación de libertad, aun respetando las normas sociales y de convivencia. Y cada niño lo hace saber de maneras distintas.

Por otro lado, quisiera añadir que la actividad física no es la única vía de expresión del niño. Éste puede decidir manifestar sus inquietudes de forma intelectual o creativa, por ejemplo, tocando un instrumento musical, pintando, por medio de la cría y cuidado de animales, creando un pequeño huerto…

Cada niño en su desarrollo revela distintas cualidades. Fomentemos aquellas en las que destaque, en vez de priorizar aquellas áreas o materias que no se le den bien.

Ayudemos a que los niños alcancen la excelencia de aquellas actividades para las que se ven inclinados de forma instintiva y temprana, y no les convirtamos en niños mediocres que saben un poco de todo.

En mi experiencia como docente, he tenido niños con una rapidez mental asombrosa pero de escasa destreza motora, niños con altas capacidades en matemáticas pero con pocas habilidades para las artes plásticas, niños con un potencial de redacción y expresión oral y escrita soberbia, pero a quienes los números les producían urticaria... Deberíamos fomentar sus virtudes, no sus debilidades.

La LOMCE habla de inteligencias múltiples, y nos dice qué tenemos que trabajar y tratar como profesionales de la educación, aunque aún las leyes educativas tendrían que evolucionar muchísimo para atender a las verdaderas y reales necesidades de los niños (y no tanto a conocimientos y estadísticas), pues son las verdaderas y reales necesidades de nuestra sociedad, no lo olvidemos. Todos podemos influir para mejorar nuestro presente y en definitiva, nuestra sociedad, depende de cada uno de nosotros.

¡Manos a la obra!



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